Marco de Jerez

La cultura del vino de Jerez

30 Junio 2016

De acuerdo con la definición que hace la UNESCO, la cultura es el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad. Se trata de un concepto amplio, que va más allá de las artes y las letras, para englobar los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, así como los sistemas de valores y las creencias. De acuerdo con esta institución, “la cultura da al hombre la capacidad de reflexión sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. Por ella es como el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevos significados y crea obras que lo trascienden”.

Hoy es común oír la expresión “patrimonio inmaterial”, y se incluyen en la definición del patrimonio cultural tanto las obras materiales como las inmateriales, a través de las cuales se expresa la creatividad de una colectividad: los conocimientos, escritos o no, las profesiones, instrumentos y habilidades, los lenguajes específicos e incluso los lugares con un significado especial para una colectividad determinada.

Y ello es así porque se trata también de un concepto diferenciador. La cultura es lo que nos hace singulares como colectividad; lo que nos hace pertenecer a un pueblo, a un lugar y un grupo con entidad propia. Cada cultura representa un conjunto de valores único e irremplazable. En el mundo globalizado de hoy en día, extraordinariamente uniformizador, tener y mantener una cultura propia es tanto como tener identidad; y la defensa de una identidad cultural no es sino la defensa de las tradiciones, de la historia y los valores morales, espirituales y éticos heredados de las generaciones pasadas.

En Jerez, nadie duda que ese patrimonio cultural heredado de las generaciones anteriores y que nos vincula con los protagonistas del pasado, tiene en el vino un elemento esencial. La actividad vitivinícola, la viña y la bodega, la elaboración y el comercio, y desde luego también el disfrute del vino, forman parte esencial de nuestra cultura. Como dijera en su momento la Doctora Borrego Pla, el vino de Jerez es un “hacedor de cultura”; un elemento generador de un amplísimo bagaje de conocimientos, lenguajes, ritos y tradiciones que ha ido engarzando a docenas de generaciones a lo largo de la historia, para dotarnos –aquí y ahora- de una cultura propia y diferenciada, que nos sirve para expresarnos como colectividad ante el mundo.

Un patrimonio cultural que se manifiesta en forma de impresionantes bodegas catedrales, pero también en la intimidad de humildes tabancos; en épicas páginas de nuestra historia y en la pequeña intrahistoria de las familias de toneleros y mayetos. El fruto de una historia llena de nombres ilustres y –lo que es mucho más importante– de miles y miles de protagonistas anónimos con los que los jerezanos del siglo XXI compartimos elementos intangibles que sobrevuelan nuestras calles y nuestra campiña.

Pero el nuestro es un patrimonio singular que, como todos, acusa su fragilidad ante los envites del tsunami de la globalización cultural; ante el avance incontenible de una epidemia que se alimenta tanto de la inagotable capacidad financiera de otras culturas como de la ignorancia –o simple falta de interés– de los depositarios de la nuestra. Se trata de un epidemia que ha confinado ya a multitud de otras identidades culturales en la inerte prisión de los museos o de los libros para eruditos, despojándolas de lo que las mantiene vivas: su expresión cotidiana, su presencia en la vida de la sociedad que las engendró y por tanto su proyección hacia el futuro. Porque una cultura que hay que buscar en los libros y en los museos es una cultura muerta.

No es por suerte nuestro caso; la cultura del jerez es hoy una cultura viva, sustentada en un creciente interés por nuestros vinos y por todo lo que los adorna. En el resurgir de los tabancos y mostos tradicionales; en el consumo festivo de las ferias y romerías, o a través del creciente fenómeno del enoturismo… Formas muy diversas en las que nuestro vino se presenta ante los consumidores no sólo como un simple producto de consumo, sino también como la esencia de una indiscutible identidad cultural; la de nuestra tierra.

Pero no podemos bajar la guardia; el mantenimiento de una identidad cultural es responsabilidad de todos. Ante la globalización no cabe otro tratamiento más que la difusión del conocimiento, lo que a la postre nos terminará llevando al legitimo orgullo por lo nuestro y, confiamos, a la responsabilidad colectiva por trasmitir ese orgullo a la próxima generación.

 

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